Acabo de oír a Juan Cruz, que por lo visto entrevistó varias veces a Gabo, explicar cómo fabulaba el escritor. Decía este que escribía tal como su abuela le había enseñado a narrar; esto es, explicando el final siempre al comienzo de sus novelas, de modo que lo importante no era entonces este, sino cómo se había llegado a él. Cómo se había llegado al final. Casi nada. Imagínense ustedes, como diría él, qué difícil es construir la historia, apedazarla, ordenarla- o desordenarla, como se quiera- , darle coherencia... para llegar a un final lógico, afortunado, sorprendente o como sea,para tener además que pensar en el cómo.
El cómo es el camino que se recorre; pero es también lo que se ve a lo largo de ese camino- Stendhal dixit- , y es, sobre todo, y más en el caso de Gabo, lo que se vive al recorrerlo: lo que se sueña, lo que se siente y se llora, los amores que se quedan y los que quedan. También aquellos otros que nos acompañan contándonos y recontándonos, pues todas las historias son, al fin y al cabo, una y la misma. Y eso ya lo sabía Gabo. Y Borges. Y Fuentes. Y Cervantes.
Gabo era un gran aficionado al cine, crítico y guionista. Uno de sus cursos de guion, recogido en el libro Cómo se cuenta un cuento, transcurre con placidez en un diálogo amenísimo a varias voces. Al final del libro, Gabo afirma que cuando se enteró de que le habían concedido el Nobel exclamó sorprendido: "¡Coño, se lo creyeron! ¡Se tragaron el cuento!"
Todos nos tragamos el cuento. Pero el cuento nos alegró la vida.
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